La invisibilidad del Sr. Viskins

 Cuento de viernes.


Desde que fue arrojado a las plantas del jardín trasero por un ventarrón atípico del mes de julio, Gregorio Viskins ha permanecido oculto bajo las hojas del malvón. No se asoma aún cuando el bochorno de la canicula le haga sudar el cuerpo rollizo que ha camuflado para mejor protección. Redondo y de color verde brillante, parece ser un tronco más de la planta. Nadie humano lo ha visto, solo la tribu de hormigas sesentonas sabe que Gregorio existe y conocen del peligro que corren al estar junto a él, para eso han construido nuevas vías de acceso a su hogar situado a tres macetas de ahí.
El Sr. Viskins no come hormigas pero uno nunca sabe mejor es mantenerse a prudente distancia, murmuran entre ellas.

Bajo una hoja amarilla tiene su lecho mullido de tierra negra y hojas secas donde reposa el tiempo muerto. Sin mucho quehacer se dedica a limar sus uñas y a ver de soslayo al sol que por esos días ha estado muy flojo ya que no se ha asomado para nada. Siendo tiempo de lluvias, el astro rey se cuida las reumas sobre una nube gorda de algodón blanco. De tan viejo que está, los rayos le duelen con las humedades. Untándose pomada de Reumofan vitaminado prefiere sobarse y quedarse a reposar en vez de andar calentando al mundo ingrato que cada vez lo echa menos de menos.

Hete aquí que Viskins se ha dedicado a comer y comer desde que cayó en ese sitio. Cuando apenas las faldas de la noche cubren el patio, asoma la antenas verificando que no haya peligro. Sabe que todo está bien porque los grillos comienzan a ensayar las sonatas para la temporada de octubre y las hormigas cambian de turno. 
Entonces se estira cuan largo es que dicho sea de paso asusta con el enorme tamaño que tiene. Lanza un gran bostezo, alarga las patas disponiéndose a darse un gran banquete con la hoja de mayor tamaño llenando así la panza de ambrosía verde. Relame los bigotes hasta que ya no queda nada de la hoja y se echa a dormir la siesta.

Cuida mucho de no dejar ningún rastro de su presencia. La otra vez oyó a dos hormigas sesentonas quienes envueltas en un rebozo negro de seda hablaban de como es que un día les cayó de los cielos un líquido en forma de lluvia y sus compañeras fueron cayendo una tras otra como fichas de dominó. Ellas se salvaron porque se escondieron en un ovillo abandonado de la araña negra que se fue con el araño patón que vivía arriba del calentador. La abertura por donde entraron fue sellada con los rebozos mientras esperaban un tiempo prudente para salir, logrando así salvarse de la Gran Matanza del 58, como recuerdan ese hecho.
Desde entonces no andan fuera. De todos modos ya están viejas, dedicándose a comer de lo que las demás traen sin necesidad de asomar las narices al jardín. 
Al escuchar esto, Gregorio Viskins se prometió no dejar huellas de su presencia. 

Así pues, entre comer y dormir ha pasado su camuflada vida. Ha subido de peso. Los paseos no son tan agradables debido al sofoco de cargar semejante panza. Estos se hacen cada vez más cortos y ha descuidado no dejar huella. Come y duerme al arrullo de los grillos y de los pájaros negros de la mañana sin más nada que disfrutar lo que le llegó sin esperar.

El tiempo pasa. Las hojas del malvón se han puesto amarillas, les faltan cachos y amanecen con bolitas negras en su superficie, señal de que Viskins tiene muy buena digestión. 
Dada la vida relajada que lleva, ha descuidado no dejar rastros a su paso, esto ha hecho que la dueña de las plantas se de cuenta de ello. Ha pedido al buen jardinero que pasa los sábados, fumigue la parte donde las hojas amanecen con hoyos y si puede pues de una vez échele líquido fumigador a todas mis plantas por si anda por ahí algún otro bichito.

-Si señito- dijo el buen hombre- empezaré por las hojas de arriba hoy mismo.

Mientras esto pasa el Sr. Viskins descansado en el mullido lecho, sueña con algún día tirarse al sol en la parte más alta del malvón. Es ahí donde las hojas tienen mejor sabor.


Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Sobreviviente

Ícaro en plenilunio